La muy pública y humillante regañina en el Despacho Oval del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su vicepresidente, J. D. Vance, a Volodímir Zelenski, y la marcha del líder ucranio de la Casa Blanca sin firmar el acuerdo previsto de cooperación sobre recursos minerales, ha mostrado en carne viva las profundas divisiones entre la Administración republicana y su aliados en la guerra. La gran duda que surge ahora es hasta qué punto es irrevocable la aparente ruptura entre Washington y Kiev tras el fracaso de una reunión planeada para acercar posturas, y qué consecuencias vaya a tener esa disputa para el futuro de Ucrania.
La bronca, en la que un Trump inclinado del lado ruso acusó a Zelenski de estar “jugando con la tercera guerra mundial” y Vance le exigió que se mostrara más agradecido a Estados Unidos, ha suscitado de inmediato divisiones en el mundo político en Washington. Los demócratas denunciaban una “emboscada” del presidente republicano y su equipo contra el líder de un país agredido. Los republicanos veían a un líder ucranio “irrespetuoso”. Algunos llegaban a poner en duda la posibilidad de que la primera potencia restablezca los contactos con Kiev si Zelenski no cambia de actitud o deja su cargo.
Mientras Rusia observa con satisfacción, los dos presidentes mantienen sus posiciones. En una entrevista concedida a la cadena Fox después del choque de trenes en el Despacho Oval, Zelenski expresaba su deseo de que el estadounidense “estuviera más de nuestro lado” en las negociaciones con Rusia para un alto el fuego: “La guerra no empezó en alguna parte entre nuestros dos países. La guerra empezó cuando Rusia la trajo a nuestro país. Cuando no respetó nuestra integridad territorial. Trajo la guerra a nuestras familias”.
El ucranio trató de mostrarse conciliador en la entrevista, al declarar que el espectáculo de los líderes a gritos frente a la prensa “no fue algo bueno”. Y explicaba por qué quiso corregir a Vance cuando, en el comentario que desató el bochornoso episodio, el vicepresidente criticó el apoyo militar incondicional de la Administración previa de Joe Biden a Ucrania y sugirió explorar la vía diplomática con Rusia: “No quiero perder la amistad de Estados Unidos, pero quiero que las cosas se entiendan correctamente”. Esto es, que “Estados Unidos es nuestro socio, que Europa es nuestra socia. Y que Rusia es nuestro enemigo”. Pero concluía con una nota optimista: preguntado si creía posible una reconciliación, respondía que “por supuesto, porque la relación no es entre nosotros dos, es entre nuestros pueblos”
Trump, que siempre se ha mostrado elogioso hacia Rusia y su presidente, Vladímir Putin, se enrocaba en sus críticas. En comentarios a la prensa antes de emprender viaje a su residencia privada en Florida, volvía a la carga. “No diría que las cosas fueran precisamente bien desde su punto de vista [de Zelenski]. Se pasó de frenada”, opinaba. Y agregaba: “Queremos la paz, no meternos en una guerra de diez años y entrar en jueguitos…. Él quiere algo que yo no quiero. Él quiere luchar, luchar, luchar; nosotros queremos acabar con las muertes”.
E insistía: para que Estados Unidos retome sus conversaciones con Ucrania, Zelenski “tiene que decir ‘quiero la paz’, no tiene que ponerse a decir que si Putin esto, Putin aquello, todo cosas negativas”. “Tiene que decir ‘quiero la paz, no quiero luchar más en una guerra”, insistió.
Este viernes las cosas habían empezado torcidas desde el primer momento. Al saludarse en la entrada del ala oeste de la Casa Blanca, Trump había comentado con sarcasmo la “elegancia” de su homólogo. Zelenski, lucía una camiseta negra con el escudo ucranio, uno de sus atuendos habituales durante la guerra, en lugar del traje y corbata que los asesores del presidente estadounidense le habían aconsejado. Ya fue, para el republicano, la primera señal de escaso respeto a su persona.
La conversación en el Despacho Oval comenzó de manera rutinaria, con intercambios de buenas palabras muy diplomáticas. Pero las declaraciones de Vance, y la respuesta de Zelenski, “¿de qué diplomacia hablas, J. D?”, dieron rienda suelta a un resquemor que se venía mascando desde hace semanas y meses. O años, incluso. Trump nunca ha olvidado que el origen de su primer intento de juicio político en su mandato anterior fue su llamada a su homólogo de Ucrania para ofrecerle ayuda a cambio de que el ucranio le asistiera en la búsqueda de pruebas sobre los supuestos negocios sucios de Hunter Biden, el hijo de Joe Biden, en ese país.
Su escasa simpatía hacia el líder del país ocupado siempre ha sido patente. Su animadversión estuvo detrás de la resistencia republicana en el Congreso de Estados Unidos para aprobar el año pasado ayuda militar a Kiev. Ahora en el poder, le percibe como un obstáculo en sus afanes por negociar con Moscú y cerrar lo más rápidamente posible un acuerdo de alto el fuego que le permita conseguir lo que cree que serán lucrativos contratos comerciales con Rusia.
En la tarascada de este viernes, Vance sacaba también a relucir otro resentimiento pasado: el que Zelenski visitara junto a legisladores demócratas en vísperas de las elecciones del pasado noviembre una fábrica de armas en Pensilvania, uno de los estados que estaban en juego, en lo que los republicanos consideraron una intervención partidista. Y hace apenas diez días, Trump calificaba a su homólogo de “dictador sin elecciones” y responsabilizaba a Ucrania de la guerra. También le acusaba de haber “embaucado” a Estados Unidos en “una guerra que no puede ganar”.
Tras la regañina, y después de que las delegaciones respectivas se retiraran a salas separadas antes del almuerzo conjunto que tenían previsto, el secretario de Estado, Marco Rubio, y el consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz, pedían a Zelenski que se marchara de la Casa Blanca. A medio emplatar, la comida quedaba en bandejas en el pasillo. Se cancelaba la ceremonia para la firma del acuerdo de explotación conjunta de los recursos naturales ucranios, en el que tanto había insistido Trump para mantener su apoyo a Kiev después de tres años de respaldo incondicional de la Administración previa.
Ahora, apuntaba a última hora del viernes un representante de la Casa Blanca, Trump no tiene interés en revivir ese pacto. Al menos, por el momento. En un comentario en X, la antigua Twitter, Waltz declaraba que Trump “intenta lograr la paz, y este acuerdo económico era parte de ello. En su lugar, el presidente Zelenski optó por ir al Despacho Oval y minimizar las contribuciones estadounidenses para defender a Ucrania y despreciar a nuestro país”.
Mucho más duro aparecía el senador republicano Lindsay Graham, ardiente defensor de Ucrania y buen amigo de Trump, que ha actuado como mediador entre ambas partes con frecuencia. “Lo que he visto en el Despacho Oval fue irrespetuoso, y no sé si podremos volver a negociar con Zelenski nunca más”, apuntaba el legislador. “Creo que ha hecho casi imposible venderle al pueblo estadounidense que él es una buena inversión”. Y continuaba: el presidente ucranio “va a tener que cambiar radicalmente o marcharse”.
Es algo que Zelenski descartaba en su entrevista en la cadena Fox: “Creo que eso es algo que corresponde decidir al pueblo ucranio”.
De momento, el gran beneficiado del incidente es Rusia, que desde el principio de la guerra ha apostado por que los aliados de Kiev se acabarían cansando, reduciendo su ayuda y dividiéndose. Los acontecimientos de este viernes, de momento, le dan la razón. Tras la desastrosa reunión en la Casa Blanca, “Putin tiene menos razones que nunca para llegar a un acuerdo, y Trump parece más dispuesto que nunca a culpar a Zelenski por la falta de un alto el fuego, y a penalizarle a él y a Ucrania por ello”, escribía en su blog el exdiplomático Richard Haas, director emérito del laboratorio de ideas Consejo de Relaciones Exteriores. “El impacto de lo ocurrido resonará mucho más allá de Ucrania, que podría encarar un espantoso dilema, aceptar un mal alto el fuego o resistir como pueda con lo que sus vecinos puedan reunir”, predice este experto.
Leslie Shedd, antigua asesora de legisladores republicanos y ahora analista en el think tank Atlantic Council, apunta otro riesgo para la causa ucrania: que la ira de Trump evapore el apoyo a Kiev en las filas republicanas en el Congreso. “Muchos diputados ya han pagado un precio político con la base del partido por su respaldo a Kiev, y el desastre de este viernes solo empeora las cosas, al ponerles directamente en el punto de mira de la Casa Blanca”.