Mauro Mendoza está de pie, sonriente, con el pelo hacia atrás, viste un traje sastre oscuro, camisa blanca y corbata a rayas, sostiene en su mano derecha una copa coñaquera chica, el dedo meñique ligeramente escondido. Mauro es eterno en esta fotografía en blanco y negro que te recibe frente a la entrada, da la bienvenida a todos los que visitan este bar hecho en su memoria.
“Mi abuelo Mauro es la primera persona que recordamos que viviera la hora del aperitivo. Lo recuerdo perfecto sirviéndose una copa de vino o un vermut, él fue el primero que vi haciéndose un negroni”, dice Ricardo Nava, propietario del Bar Mauro junto con su hermano Yayo (Eduardo).
Negroni 1929: Gin Condesa Clásica, Vermouth Rosso, Campari, Nibs de cacao y fresa
En 1929 nació Mauro Mendoza, nieto de inmigrantes italianos, llevaba en la sangre el afán hedonista del buen beber y comer. A diario repetía un ritual de mediodía, se servía un licor de hierbas y algún tentempié para abrir el apetito. Ricardo dice que, “las distancias en Orizaba son cortas, mi abuelo trabajaba en una cervecera y al llegar a comer partía queso, sacaba unas aceitunas o algo y se servía su aperitivo. Comía antes de comer. Él siempre disfrutaba”.

Esa filosofía del placer está impregnada en el Bar Mauro, ubicado en la colonia Roma Norte, apenas con unos meses abierto. Su personalidad es europea e italiana, lo dicen las baladas italianas que suenan en sus bocinas, melodías reconocibles porque en los ochenta cantantes mexicanos como Luis Miguel, Daniela Romo o Yuri las retomaron como covers en español, y lo dice su gran selección de aperitivos —vermuts, licores de hierbas, jereces— y coctelería clásica como negronis o spritz.
Sin embargo, Mauro, también es un bar jarocho, como Ricardo y Yayo. Ambos nacieron y crecieron en Orizaba, ahí aprendieron a pasarla bien, a servir jaiboles e imaginaron que tendrían un bar.
Ricardo cuenta que, “llevamos ya casi veinte años en la industria de la hospitalidad y creo que el sueño de abrir un bar es el de todos los bartenders. Cuando empecé en esto, empecé a investigar e investigar, prepararme, y siempre he dicho, que mi sueño era dedicarme y ganarme la vida haciendo lo que más me gustara. Somos muy afortunados”.
Administrador de empresas de profesión, Ricardo probó muchos cocteles con su abuelo, sin embargo, con apenas veintipocos, decidió que su pasión era el servicio y dedicarse a mezclar licores, espirituosos y esencias para crear tragos únicos. Comenzó a tomar cursos y a trabajar en bares de su ciudad natal. Entró a concursos de coctelería y un empresario chilango le tocó la puerta. “Los de Limantour me invitaron a venir a México, y tomé la oportunidad”.

Yayo, su hermano más joven, le siguió los pasos. Ambos se hicieron de un nombre en esta industria de cocteleras agitadas (como la canción Bailando, de Alaska y Los Pegamoides). Los buenos cócteles son balanceados, ni tan fuertes, ni tan dulces, ni tan ácidos, son ricos y peligrosos, porque a veces uno no se mide si tiene enfrente bebidas buenas.
Pregunto si la maestría de un chef es comparable a la de un bartender, Yayo cree que no, “es mucho más difícil ser chef nada más por las horas de trabajo”. No sé, en lugares como Mauro preparan desde las infusiones, compotas o concentrados. Escogen con cuidado las frutas, hierbas o especias que incluyen en sus recetas, y ponen atención al más mínimo detalle, incluida la cristalería o los adornos —pocos y sobrios— que tienen en algunos rincones.
Maurito: Mezcal Siete Misterios Doba Yej, Lillet Blanc, Jerez Fino Tío Pepe, guayaba (carbonatado)
Ricardo dice que, “el cóctel de la casa es el Maurito, es así porque siempre me acuerdo de mi abuelo comiendo guayabas en el jardín. Tenemos una receta base, pero si la guayaba viene muy ácida, le ponemos más jarabe; si está más dulce le bajamos, porque usamos solo productos naturales”. Maurito se sirve en un vaso largo, es casi traslúcido. Refrescante. Ideal para la tarde noche.

Beber una copa antes de la cena o después del trabajo puede significar un momento placentero, una pausa del ajetreo del día, no una borrachera. Es solo eso, un cóctel, un aperitivo, una chela y vámonos. Mauro es versátil porque es sencillo y accesible, abre a las cuatro, justo para beber un digestivo después de un comidón o para un trago antes de encerrarnos entre semana, iniciar la noche o terminarla, para ir con un amigo a ponerse al día o tener una cita.
Las barras por fin se están haciendo más comunes en México —en bares y restaurantes, no solo cantinas— y esa cercanía con los bartenders son un extra, puedes pedir consejos sobre qué probar, ver cómo preparar tu bebida o chismear un poco con los vecinos. Es parte de la experiencia en los bares. Ricardo explica que, “hicimos la barra abierta para que sientas que no hay una barrera entre nosotros y los clientes, queremos que se sientan a gusto”.
Emperifollado: Ron Bacardí Carta Blanca, Cocchi americano, St. Germaín, perifollo, manzana verde y limón verde
El bar es pequeño, un par de mesas en la entrada —un casi recibidor—, un pasillo con barras a ambos lados y al fondo una mini terraza. El espacio reducido lo vuelve íntimo, es refinado sin ser emperifollado —una palabra que solo los mayores de cuarenta entendemos—, es casi como si estuvieras en la sala de tu tío, el buen anfitrión. Ricardo cuenta que un cliente casi lo hace llorar porque le dijo, “te has dado cuenta que en todas las familias hay un Mauro. Y sí, y yo le completé: Y si no lo hay es porque tú eres el Mauro de tu familia”.
Cuando Ricardo mencionó eso, pensé de inmediato en mi papá. Es cierto, en todas las familias está el festivo, en todos los grupos de amigos está quien pone su casa, en todos los barrios de la ciudad tendría que haber este tipo de lugares que sirven de punto de encuentro.

Mauro abarca la buena coctelería, así como un whisky a las rocas, un bacacho —ron Bacardí— pintado o un mezcal. Aunque el aperitivo, tan europeo es constante, lo es Veracruz de igual forma porque “queremos celebrar nuestro origen”, dice Ricardo. Quizás por eso el mosaico del muro, las cartas y los uniformes del personal son color verde, como su tierra, boscosa y húmeda.
Otra constante es el espíritu de Mauro Mendoza, no solo en la foto de la entrada, también en los portavasos con su imagen, donde siempre luce estiloso, con lentes de sol vibra Rayban y en traje y corbata de ley. Mauro no solo era un bon vivant, fue un abuelo amoroso que murió hace tres años. Seguro disfrutaría sentarse en estos bancos, mirar la inacabable selección de licores que han reunido sus nietos y darse un momento placentero. “Mauro per se era alguien que le encantaba la vida, alguien que siempre tenía ganas de recibir a gente, que se desvivía porque la pasará lo mejor que podían, o sea, un rey de la hospitalidad”, como sus nietos Ricardo y Yayo.