El 16 de enero de 1998, un grupo llamado Starfish ofreció su primer concierto en un pequeño pub del barrio londinense de Camden llamado The Laurel Tree. Poco después, Chris Martin (voz y piano), Jonny Buckland (guitarra), Guy Berryman (bajo) y Will Champion (batería) se cambiaron el nombre a Coldplay y autoeditaron un primer EP titulado Safety. Prensaron 500 unidades, entre cedés y casetes, que básicamente repartieron entre discográficas y asistentes a sus conciertos. Un año después, era el primer grupo sin contrato discográfico que aparecía en las prestigiosas Evening Sessions de Steve Lamacq en la cadena BBC. Su siguiente sencillo, Brothers & Sisters, fue publicado por el pequeño sello indie Fierce Panda, pero ya entonces había otras seis discográficas pujando por ellos y al final se decantaron por Parlophone, subsidiaria de EMI. Capitaneado por su primer gran éxito, Yellow, en el verano de 2000 llegó su álbum de debut, Parachutes, y entró directo al número uno en ventas en Reino Unido, además de ser nominado al Premio Mercury.
“Coldplay comenzaron su carrera como grupo de rock alternativo y sin ser especialmente innovador ni rupturista, su primer álbum está lleno de grandes composiciones”, apunta María Taosa, directora del programa En bucle, de Radio 3. Según Marc Gili, vocalista del grupo Dorian, y que trabajó como jefe de producto en EMI en la primera década del milenio, “empezaron siendo una banda de carácter introspectivo, que seguía la senda de los Radiohead de OK Computer y la de Richard Ashcroft, o cosas más underground, como Red House Painters o Sophia, pero enseguida se dieron cuenta de que para llenar grandes recintos tenían que darle a la radio lo que quiere en cada momento, y también ir subiendo el tempo de los temas”.
25 años después de Parachutes, los diez álbumes publicados por Coldplay han sido número 1 en su país, es el grupo con más oyentes mensuales y más escuchas en Spotify y, hasta la irrupción de The Eras Tour, de Taylor Swift, su última gira, Music Of The Spheres World Tour, era la más lucrativa de todos los tiempos. Tras arrancar en 2022, el próximo mes de septiembre la cerrarán con diez conciertos en el estadio de Wembley, en Londres. Pero su impacto es igual de descomunal en los cinco continentes: ya actuaron otras diez noches en el estadio del River Plate en Buenos Aires (Argentina), seis en recintos de similar aforo en Sao Paulo (Brasil), Singapur y Goyang (Corea del Sur), cuatro en el Estadio Lluís Companys de Barcelona, y este año lo comenzaron con otras cuatro en Abu Dhabi (Emiratos Árabes)
Sin embargo, el cuarteto londinense tiene una asignatura pendiente: el reconocimiento de la crítica. Y ahí se da una paradoja. Si nos guiamos por las puntuaciones de Metacritic (el agregador de todas las críticas de los medios anglosajones), vemos que su álbum claramente más valorado es el segundo, A Rush Of Blood To The Head, de 2002, con una calificación de 80 sobre 100, y el que marcó su primer movimiento de público, de tocar en salas a hacerlo en pabellones de formato mediano. En España, por ejemplo, aquella gira la comenzaron en 2002 en la sala La Riviera de Madrid y la Razzmatazz de Barcelona, y al año siguiente ya actuaron en el Palacio Vistalegre y el Pavelló Olímpic de Badalona. Tanto Parachutes como el tercer y cuarto álbumes (X&Y, de 2005, y Viva La Vida Or Death And All His Friends (2008) tienen la misma puntuación (72/ 100), pero todos los trabajos siguientes, justo los que han ido presentando en giras cada vez más mastodónticas, han decrecido progresivamente en sus valoraciones: Mylo Xyloto (2011) obtuvo un 65, Ghost Stories (2014) un 61, A Head Full Of Dreams (2015) un 60, Music Of The Spheres (2021) un 55 y Moon Music (2024) un 58.
¿A qué se debe esta relación inversamente proporcional entre popularidad y reconocimiento artístico? “En cuanto dieron el salto a los estadios, Chris Martin, que es un camaleón del pop de masas, empezó una competición consigo mismo para ver cómo la podía liar más gorda en cada nuevo álbum, lo cual terminó derivando en algunas colaboraciones mainstream acertadas y otras francamente aberrantes. A nivel puramente artístico su evolución ha sido muy desigual”, asegura Marc Gili. “En los últimos años, su propuesta me resulta cada vez más previsible y carente de auténtico valor. Deberían esforzarse por volver a publicar un buen álbum de verdad en los próximos dos o tres años, o de lo contrario su legado se verá muy descompensado, por la diferencia de calidad entre el presente y el pasado”, añade el líder de Dorian.
“Creo que ellos encontraron en el pop épico y colorido su fórmula infalible y la han exprimido de tal manera que en cuanto su música empieza a sonar sabes reconocer que es de Coldplay, aunque en los últimos años eso se haya traducido en canciones que a veces olvidas un segundo después de haberlas escuchado”, añade María Taosa. “Tal vez esta inclinación hacia crear música más prefabricada o previsible empieza a ser más notable a partir del álbum Viva la Vida Or Death And All His Friends, aunque aquel aún sigue teniendo canciones que capturan la esencia genuina de Coldplay. Y es cierto que algunas críticas de sus dos últimos discos destacan lo frívolo o superficial de sus letras, aunque quieran abordar temas universales y preocupaciones actuales. También que apuesten por esa fórmula de crear canciones pensadas para ser coreadas en un estadio”.
Jordi Bianciotto, crítico musical en El Periódico y Rockdelux, ahonda en ese sentido. “Los veo acomodados en un canon pop con ribetes new age, lírica humanista afectada, estribillos cuquis y pocas canciones perdurables. Dentro de su generación, es un grupo que destacó en sus primeros álbumes, donde había más inventiva, búsqueda e inspiración, pero su evolución ilustra un tránsito hacia una noción pop multigeneracional, pensada para manipular emociones a gran escala. Mensajes fortalecedores del espíritu, lírica trascendente, el amor como solución universal… Todo me acaba sonando un poco hueco y pretencioso, aunque momentos de acierto y lucidez también los hay”, afirma.
La única excepción a las valoraciones críticas paulatinamente descendentes merece ser mencionada. Se encuentra en Everyday Life, su disco de 2019, que tiene un 73/100 en Metacritic (es decir, sería el segundo mejor evaluado de su trayectoria). Bianciotto lo destaca de entre su producción de los últimos años: “Allí había un material más aventurado, y piezas inspiradas como Arabesque, en la que tomaron parte Stromae y Femi Kuti”. Y en similares términos se muestra Marc Gili: “es su último disco interesante”. Es sintomático recalcar que aquel octavo álbum no vino acompañado de gira: tan solo lo presentaron con dos conciertos especiales en la Ciudadela de Amán, en Jordania, y otro en el Museo de Historia Natural de Londres.
Comprometidos/estrellas del rock
“Estoy tan asombrado, perplejo incluso, como cualquiera”, manifiesta Jordi Bianciotto al hilo de los récords monstruosos que está batiendo el Music Of The Spheres World Tour. Como posible explicación, aventura que “el fenómeno de esta gira puede tener que ver con el estado anímico global post-pandemia, la necesidad urgente de celebración colectiva, de liberación y catarsis compartida, de agarrarte a aquello que representa los mejores valores de la humanidad: pacifismo, ecología, amor universal… Todo eso es lo que abandera Coldplay. Luego ellos han sido muy eficaces a la hora de capturar a varias generaciones de público y creo que eso tiene que ver con cierto fondo naíf e infantil de su música, que cautiva a los niños y, por tanto, ya tenemos ahí a familias enteras, con lo cual las entradas ya no se venden de una en una, ni de dos en dos, sino en paquetes de cuatro, seis o más. Y su política de duetos y colaboraciones también ha sido crucial a la hora de penetrar en diversos nichos de público y multiplicar su audiencia”.
“El gran valor de Coldplay siempre ha sido su capacidad para conectar emocionalmente con grandes audiencias”, argumenta María Taosa. “Su álbum debut ya incluía canciones que desde el primer momento se convirtieron en himnos, como Yellow, y han sabido explotar ese carisma para crear una discografía y un espectáculo que pueda contentar a las masas alrededor de todo el mundo, desde Abu Dhabi hasta Toronto”. “Para lo que ellos buscan, sus directos son perfectos”, opina Marc Gili. “Contienen todos los trucos y dinámicas que hacen falta para entretener a las masas durante más de dos horas. Momentos explosivos, baile, juguetes luminiscentes, tecnología punta en sonido y luces, y también espacios para temas íntimos de su repertorio, así como un momento para subir a fans al escenario para tocar con ellos, mostrando el lado más humano de la banda. Pero lo que más destacaría es que Coldplay no es un legacy act [artista o grupo que vive, sobre todo, de cantar sus viejos éxitos]. Muchos temas de sus últimos discos son tan bien recibidos por sus fans en los conciertos como los de los primeros. Esto no lo pueden decir ni U2. Es un caso muy raro en bandas de este tamaño, y demuestra hasta qué punto se han sabido mantener vivos en la radiofórmula durante décadas, a pesar de los cambios de tendencia, y aunque ello haya sido en detrimento de la calidad de sus singles”.
La comparación con U2, no por recurrente, es menos oportuna. Coldplay comparte bastantes características con la banda irlandesa, que parece ser el espejo en el que se fijaron para emprender su carrera. Hay ciertas similitudes en su sonido, en el hecho de que hayan sido siempre los mismos cuatro miembros, sin ningún cambio en la formación; llamaron a Brian Eno como productor en el primer álbum con el que tocaron en estadios (Viva la vida) y replicaron el concepto escénico del Elevation Tour en la gira de A Rush Of Blood To The Head. No menos importante es la implicación de la banda en todo tipo de causas humanitarias, que es algo que, desde la crítica, se ha solido ver desde el prisma de la sospecha.
Jordi Bianciotto, por ejemplo, sostiene que “en sus conciertos, la música es el carril por el cual celebrar algo así como la concordia universal, salir del estadio pensando que todos somos buenas persones y estamos en el lado correcto de la Historia”. Sin embargo, también se puede decir que ellos han tomado posiciones más explícitas que la mayoría de sus compañeros de gremio en aspectos controvertidos: llevan mostrando su apoyo a la causa palestina desde el principio de su carrera, secundan el boicot a Israel -donde nunca han actuado- y también es uno de los grupos más concienciados con el cambio climático. De hecho, el motivo principal por el que no salieron de gira con Everyday Life fue la imposibilidad en aquel momento de emprender un tour de aquellas dimensiones de un modo ecológicamente sostenible. En este sentido, el Music Of The Spheres World Tour ya es una referencia en su esfuerzo por reducir la huella de carbono.
El mundo también ha cambiado, quizás a peor. Si la banda ya fue objeto involuntario en 2016 de controversias tan bochornosas como la protesta de grupos conservadores de EE UU, acusándolos de “promover una agenda gay” por exhibir la bandera arcoiris durante su actuación en el intermedio de la 50 edición de la Super Bowl, la mentalidad reaccionaria ha aumentado tan exponencialmente como el éxito de Coldplay. Desde ese punto de vista, puede que Chris Martin no sea tanto el Mister Wonderful del pop actual, sino un revolucionario de corazón que aprovecha su enorme popularidad global para plantar cara al pujante ideario ultraderechista. No está mal para aquel chico que, hace 25 años, entró en las pantallas de todo el mundo caminando en plano secuencia a lo largo de una playa mientras cantaba Yellow.