Inoxichel México Noticias Europa, en la hora de la verdad, calibra su arsenal para la guerra arancelaria | Internacional

Europa, en la hora de la verdad, calibra su arsenal para la guerra arancelaria | Internacional

En cuatro días, Donald Trump ha despejado la incógnita de por dónde iba a golpear a la Unión Europea en el enésimo frente abierto. El lunes, Bruselas constató que el republicano iba en serio con los aranceles, al imponer gravámenes sobre el acero y el aluminio. Y el jueves dio un salto adelante con una ronda arancelaria prácticamente ad hoc, al incluir el IVA como criterio en sus tarifas recíprocas. Los Veintisiete han reaccionado las dos veces con palabras medidas, sin enseñar qué armas están dispuestos a utilizar en esta guerra comercial: se ha limitado a advertir que “reaccionará con firmeza” y sigue guardando celosamente el alcance de una respuesta para la que lleva tiempo calibrando su arsenal.

Todas las opciones están sobre la mesa, según se limitan a señalar fuentes comunitarias: desde la negociación, la más deseada, hasta sacar la artillería pesada del instrumento anticoerción, una herramienta “de último recurso” en la respuesta ante agresiones económicas externas. Aprobada la legislatura pasada, contempla desde el aumento de los derechos de aduana a medidas contra el comercio de servicios (excluido de los aranceles) y la exclusión de mercancías o servicios en la contratación pública.

La primera andanada puede pasar, sin duda, pasa por dejar que decaiga la suspensión a los aranceles que impuso en 2018 la UE a las importaciones de motos Harley-Davidson, bourbon y zumo de naranja. Fue la respuesta europea a la subida de aranceles por las importaciones de acero y aluminio, pero su aplicación se interrumpió con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, con quien se negoció una solución que nunca acabó encontrándose. Esa suspensión provisional acaba el 31 de marzo.

En la reunión de ministros de Comercio que hubo este miércoles, el responsable de esta materia en la Comisión, el comisario Maros Sefcovic, escuchó como varios Estados miembros le reclaman que dé este paso. Esa sería la réplica a corto plazo de la que habla una predecesora de Sefcovic, Cecilia Malmström, que fue la encargada de lidiar con las primeras embestidas de Trump. Se apoya en su experiencia: “Hay donde hacer daño a EE UU”, sentenciaba en una reciente entrevista con EL PAÍS. “Lo más inteligente es decir: ‘Si me pones un arancel, yo respondo recíprocamente aquí, aquí y aquí”. Eso no significa que vayas a hacerlo sí o sí: es un aviso”.

Negociar es lo que se hizo entonces y lo primero que pide Europa ahora. Este viernes, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha subrayado que siempre está dispuesta a “encontrar soluciones conjuntas con Estados Unidos que sean beneficiosas para ambas partes”. También su compatriota, Bernd Lange, el socialdemócrata que preside la Comisión de Comercio del Parlamento Europeo desde 2014, apuesta “primero por la negociación”.

Hay varias voces que apuntan hacia tres elementos en los que se pueden encontrar puntos de acuerdo. La UE puede aumentar sus comprar de gas licuado a Estados Unidos, como apuntan Carsten Brzeski, del banco neerlandés ING, y Ángel Talavera, de la consultora británica Oxford Economics. El consenso continúa cuando se apunta al incremento del presupuesto militar: Europa, probablemente, va a aumentar sus compras a la industria de defensa, pero, si lo hace al ritmo que dice, tropezará con un problema de oferta en el continente. Comprometerse a adquirir más armas al otro lado del Atlántico, al menos hasta que la industria europea aumente sus capacidades, es otra baza a jugar en la negociación. La tercera pasa por rebajar aranceles a los coches: los automóviles que llegan desde EE UU pagan un 10% de derecho de aduana; a la inversa es solo un 2,5%.

“La UE debe mostrarse fuerte”

“Lo que tiene que hacer Bruselas ahora es mostrarse fuerte para poder negociar en mejores condiciones”, opina Talavera. “Hay margen tanto para las represalias como para los ofrecimientos que puedan complacer a EE UU, pero creo los aranceles nos van a caer sí o sí”. Llegados a este extremo, el veterano eurodiputado Lange pide, en cambio, respuestas: “Si no hay solución, entonces, por supuesto, vamos a establecer medidas compensatorias como en 2018″.

Bruselas tiene artillería, pero tiene que decidirse a usarla. Y aquí hacía días aparecían las dudas sobre la intensidad de la respuesta. Por un lado, estaban los más pragmáticos, que buscaban la respuesta más ortodoxa, cálculo del daño causado por el golpe recibido y réplica proporcional, como hace siete años. “No deberíamos tomar decisiones drásticas, sino considerar el marco más amplio de las relaciones entre la UE y EE UU”, apunta el eurodiputado sueco Jörgen Warborn. El portavoz del PP europeo en asuntos comerciales confía en la diplomacia en primer lugar. Pero si el “acuerdo mutuamente beneficioso” no llega, hay que pasar a las decisiones firmes. Y ahí también dentro de la Comisión están los que plantean disparar con todo contra industrias y servicios estadounidenses.

El ataque del republicano da argumentos a estos últimos, porque como dice Lange, lo anunciado en Washington es “un gran paquete”. El gravamen sobre el acero y el aluminio del lunes era un claro aviso a navegantes de lo que se estaba cociendo. Así se interpretó en Bruselas y en el resto de centros europeos de poder. Pero tenía pocas implicaciones reales para su economía: solo un país, Alemania, está entre los mayores proveedores siderúrgicos al gigante norteamericano.

El arancel recíproco, en cambio, es un obús de asedio. Pone en riesgo, desde ya, el 1,3% de las exportaciones europeas, según los cálculos del Bank of America. Y, según la letra pequeña, puede llegar a pesar sobre la mitad de las ventas europeas a EE UU. 250.000 millones de dólares, que se dice pronto.

Aunque la brecha entre los aranceles que aplican ambos bloques es, en líneas generales, mínima, la interpretación que Trump hace del IVA —lo equipara a un gravamen, algo que sorprende a propios y extraños— puede empeorar las cosas. “Igualar el IVA a los impuestos sobre el consumo en EE UU supondría imponer un arancel del 15% sobre todos los productos europeos”, avisa Giovanni Pierdomenico, de Goldman Sachs. Dinamita pura, sobre todo para los cuatro socios europeos que más dependen de las exportaciones transatlánticas: Irlanda, Bélgica, Países Bajos y —ojo— Alemania.

En ese escenario, el más temido, los precios subirían —más en EE UU que en Europa— y el crecimiento, de por sí anémico en el Viejo Continente, quedaría en los huesos. El dólar seguiría apreciándose, acercándose más si cabe a la paridad. Al menos hasta el tramo final del año, según el Bank of America, cuando la economía estadounidense empiece a morder el polvo. Y eso pondría en aprietos al Banco Central Europeo (BCE), que probablemente se vería forzado a poner en pausa las bajadas de tipos de interés para contener la sangría de la moneda única y evitar que la inflación se desmadrase. Efectos colaterales de un choque comercial que solo beneficia a un Trump cada vez más desencadenado y que amenaza con hacer descarrilar “la mayor relación comercial y de inversiones del mundo”, como destacan los economistas de la calificadora canadiense DBRS.

Aún hay margen para la negociación —y la esperanza—, pero las señales de guerra comercial a gran escala son cada vez más evidentes. “Es difícil saber hasta qué punto la Administración estadounidense realmente desea poner aranceles masivos o si solo busca sembrar el miedo en sus socios comerciales para que hagan concesiones”, zanja Éric Dor, jefe de estudios económicos de la escuela de negocios francesa IESEG. Con una cosa clara: si los aranceles recíprocos anunciados entran en vigor el único resultado posible es, a su juicio, “una recesión mundial”.

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