La tecnología forma parte de la vida diaria de las familias. Desde poner la alarma en el móvil para despertarse, pasando por comunicarse con el colegio a través de una app o del email, hasta recordar alguna tarea mediante un grupo de WhatsApp. Pero para Laura Cuesta Cano (Madrid, 48 años), profesora de Comunicación, Marketing Digital y Medios Sociales en la Universidad Camilo José Cela y educadora digital a través de la web Educación Digital para familias, “tener tecnología no implica saber de tecnología.” Por eso, la divulgadora lleva desde 2022 implicada en la formación para familias, docentes y menores sobre el buen uso de la tecnología, a través de charlas o ponencias como la última celebrada en el I Congreso de Bienestar Digital en Familia el pasado sábado 8 de febrero en el Colegio Joyfe, en Madrid.
Junto a otros expertos en bienestar digital, Cano, también autora del libro Conectados. Un contrato familiar para que el uso del móvil nos funcione a todos (Molino, 2024), dejó claro que la solución para que los niños y los adolescentes no pasen tantas horas frente a las pantallas no es prohibirlas hasta los 16 años, porque lo digital forma parte de su mundo real, “sino saber encontrar un equilibrio.” Pero para eso, según esta experta, las familias deben pasar más tiempo con los menores y recuperar el espacio que le han cedido a la tecnología con planes lejos de dispositivos tecnológicos y los centros educativos deben educar en una alfabetización tecnológica que permita a los alumnos aprender a crear e innovar.
PREGUNTA. ¿Se puede alcanzar un equilibrio entre tecnología y bienestar familiar?
RESPUESTA. Se debe. Sí o sí, las tecnologías están implementadas en nuestra vida y no podemos separar lo analógico de lo digital. Ya no existe un mundo real y un mundo digital. Sobre todo, para las nuevas generaciones. Para ellos solamente hay un mundo que es el real y, a veces, están conectados y, otras, desconectados. Tenemos que lograr ese equilibrio en el uso de las pantallas, para que las horas que pasan conectados, ya sea para un uso más creativo o para el ocio, no les vaya robando y absorbiendo las necesarias horas de desconexión que tienen que tener.
P. Entonces, ¿hay que dejar de decir que la tecnología puede ser perjudicial para ellos?
R. ¡Claro! ¿Qué pueden pensar las nuevas generaciones si constantemente les bombardeamos con mensajes del tipo “el móvil es peligroso” o “los videojuegos son adictivos”, mientras los adultos tenemos normalizado el empleo de la tecnología en nuestro día a día? Tenemos que tener un mensaje coherente y ellos tienen que entender que la tecnología, al igual que el resto de herramientas, se tiene que usar de una manera regulada. En familia hay que decidir cómo, cuándo y por qué se usa la tecnología. Pero tendremos que decidir nosotros, no ellos, para qué les damos la tecnología y poner una serie de normas y límites. Y para que los niños no estén empantallados, las familias tenemos que poner de nuestra parte. Decimos que pasan muchas horas conectados, pero porque hemos dejado de hacer planes y las pantallas nos han ido sustituyendo en esa parte. Tenemos que seguir haciendo planes con nuestros hijos e intentar que, en esos ratos, nadie se conecte.

P. Pero es difícil poner los límites cuando hay tanta presión social con la tecnología, por ejemplo, para dar el móvil.
R. Es muy difícil no dejarse arrastrar por la presión social de que todos los niños tienen el primer smartphone a los 12 años. Pero, también, tenemos que pensar que al final nosotros somos los que mejor conocemos a nuestros hijos. A lo mejor con un hijo que es mucho más responsable, que tiene más autocontrol, se le puede dar un móvil a los 14 años y, sin embargo, con otro con el que todo es una batalla continua en casa, aunque tenga 16 años, compensa retrasar lo máximo la entrega de la tecnología. Nadie mejor que un padre y una madre para saber cuándo es el momento ideal para introducir la tecnología.
P. En cuanto a la Inteligencia Artificial (IA), ¿están preparadas las familias para usarla y enseñársela a usar a sus hijos?
R. No, ni las familias ni los docentes todavía. Lo que tenemos que enseñar a nuestros hijos es que no pueden utilizar la IA generativa como un buscador, como ya lo hacen, igual que hace un año abandonaron Google para irse a TikTok para informarse. ¿Por qué? Porque cada vez tienen menor capacidad de atención. Leer diferentes fuentes en Google les es demasiado pesado y prefieren ver un vídeo de 15 segundos. Los adultos, padres, madres y los docentes tenemos que entender que una IA no es inteligente, es predictiva. Por eso tenemos que fomentar el pensamiento crítico en nuestros hijos, pero no solo con la tecnología, sino en general en la vida.
P. Para eso hay que educarles en competencias digitales desde la infancia.
R. Tiene que ser una corresponsabilidad. Los centros escolares deben buscar la forma de implicar a las familias en el proceso pedagógico. Las aulas de padres no están funcionando. No llegamos a las familias que más lo necesitan. Hay que buscar nuevas fórmulas para realmente implicar a todas estas familias en el proceso educativo. No puede haber una gran disonancia entre lo que los niños ven, aprenden y cómo se educan en el ámbito escolar, a lo que luego ven en casa. Así, estamos confundiendo a los menores. Cuando los padres preguntan por el plan educativo del centro, quieren un cole sin pantallas. Pero luego, las estadísticas que vemos demuestran que los niños las utilizan en casa cuatro horas al día.
P. Entonces, lo ideal sería encontrar el equilibrio entre los diferentes contextos donde se mueven los menores, ¿no?
R. Y enseñarles que la tecnología va mucho más allá de las redes sociales y los videojuegos. Saber hacerles ver, también a los centros educativos, que la tecnología se debe usar de manera complementaria al resto de herramientas analógicas que utiliza un docente. Que se utilice la tecnología para crear, para innovar, no simplemente para tener a un alumno sentado en la mesa con un Chromebook o con un iPad leyendo un libro digitalizado. La evidencia nos dice que eso no favorece el aprendizaje y que disminuye la atención. Los niños tienen que aprender a leer en papel. Porque si no aprenden a leer en papel, no aprenden a escribir bien, y no redactan bien. Y si los niños no aprenden a leer bien y escribir bien, al final no aprenden a pensar. La tecnología se tiene que utilizar en los momentos puntuales para que realmente les enseñemos a crear cosas nuevas.