El viento da la bienvenida este sábado en Indian Wells, donde Carlos Alcaraz disfruta de un plácido estreno frente a Quentin Halys: todo muy correcto, todo muy aseado, ninguna curva indeseada para el murciano. 6-4 y 6-2, en 1h 08m. A pedir de boca. Enfrente hay un rival que le ofrece el ritmo necesario, ni lo suficientemente elevado como para incomodarle ni demasiado escaso como para que él no pueda adquirir algo de calor en el brazo y despedir los primeros derechazos de esta edición, rotulada con un objetivo histórico: el triplete, ese tercer trofeo sucesivo con el que igualaría el logro conseguido únicamente por el suizo Roger Federer y el serbio Novak Djokovic. Empieza bien la andadura, sin sobresaltos ante el francés, con los chispazos característicos y una victoria que le empareja en la cita del lunes con el canadiense Denis Shapovalov (6-3 y 6-2 a Adam Walton). No hacía falta más.
Se resuelve el entrenamiento (en eso se traduce el duelo) en poco más de una hora, la que tarda Alcaraz en redondear una faena bien edificada: pega cuando toca, no se tuerce y evita sustos innecesarios. Esta vez, no hay despistes. Una rotura al tercer juego y otra en el tercero del segundo parcial son suficientes para reducir a Halys, uno de esos tipos que directamente son lo que se ve, sin pliegue ni rodeo alguno en la propuesta; seriedad y más seriedad por parte del francés, clase media del circuito —28 años, 58º del mundo y una final en Gstaad como hito más relevante— y que venía de hacerlo muy bien en Dubái, allí semifinalista y verdugo de Andrey Rublev, octavo del mundo; su tenis, en cualquier caso, está muy lejos de incomodar o poner en aprietos al murciano, superior de inicio a fin e inalcanzable para el de enfrente cada vez que el peloteo se dirime por encima de los cuatro o cinco golpes.
Se le oye a Ferrero en el banquillo: “¡Eso es, moviéndolo, así!”. Y a la que puede lo mece Alcaraz, todo control en esta ocasión. Buen criterio en la selección de los tiros y bien manejado el condicionante del viento. “¡Sííííí!”, lanza cuando descerraja un pasante ganador de revés y encarrila el triunfo, después de las risas del principio, cuando el hombre que el año pasado dejó a todo el mundo boquiabierto en el famoso episodio de las abejas —aquella invasión momentánea ante Alexander Zverev, resuelta sin inmutarse por el susodicho, Killer Bee— le saludaba en la red y le decía: tranquilo, que aquí estoy yo, por si las moscas. No hay incidente alguno esta vez, sino una plácida sesión que le permite al español encadenar su decimotercera victoria en el torneo y reforzar la estadística: en ningún Masters 1000 es tan prolífico como en Indian Wells, donde su porcentaje asciende a un 89,4%.
Listo y dispuesto, Alcaraz afrontará en la siguiente estación al imprevisible Shapovalov, genial y vaporoso al mismo tiempo, tan virtuoso con la muñeca como quebradizo. Llamado a codearse con los más fuertes tras una irrupción prometedora, cuando se hizo con la Ensaladera de la Davis júnior con la brillante camada de Canadá, hoy día es el 28º del mundo, aunque hace poco más de un año descendía hasta el puesto 140 a raíz de las lesiones y esa eterna discontinuidad que ha minado las expectativas que se habían depositado en él. En todo caso, llega con buenos bríos —final en Dallas y semifinal en Acapulco— y, si está inspirado, es capaz de todo. En su día ya dio buena cuenta de Rafael Nadal un par de veces y sus ángulos fantasiosos invitan a pensar en un pulso de lo más entretenido y efectista con Alcaraz, quien intentará hurgar en el revés a una mano del adversario.