La secuencia de La isla de las tentaciones en la que Montoya ve en directo cómo su novia Anita se mete en la cama —y no para dormir— con un tentador reincidente, es un fenómeno internacional. Sucede como les cuento: Montoya, acompañado por Sandra Barneda, es invitado a ver en directo algunas imágenes de su novia, y coincide con que ella está manteniendo relaciones sexuales con un cazadamas llamado Manuel. Montoya corre por la playa, con rayos y truenos de fondo, hasta llegar a la villa donde está teniendo lugar la infidelidad. La Barneda, con su estilismo de cariátide, grita: “¡Montoya, por favor!”. Montoya llega a la piscina gritando y Anita desmonta a Manuel para ir a insultar a su novio (no, yo tampoco lo entiendo), quien va a la playa a berrear “¿Por qué?”. Anita pregunta “¿Qué dice?” y tres personas, entre ellos Manuel, responden al mismo tiempo “Por qué”. La Jezabel catalana cambia de opinión y corre, entre lágrimas, al encuentro de su apaleado novio. Esta secuencia tiene un poderío dramático que ya quisieran muchas películas. Pero claro, los extranjeros no nos conocen demasiado, y la exaltación romántica unida a la vulgaridad se les hace exótica: esos somos nosotros.
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