Apenas 15 minutos transcurrieron entre tres anuncios. El primero lo hizo público CriteriaCaixa, el brazo inversor de la Fundación La Caixa, que pasadas las seis de la tarde comunicaba su retorno a Cataluña; en concreto, a la segunda torre negra de la barcelonesa Avenida Diagonal. Hay pocos enclaves con tanto simbolismo. La segunda nota la alumbraba la propia Fundación, el alma del grupo en tanto que canaliza la obra social, que también devolvía su sede social a Barcelona. El tercero le correspondía al Ministerio de Economía, a quien no parecía sorprender el feliz desenlace y celebraba “una muy buena noticia”. Es la señal definitiva “del impacto positivo de la normalización de la situación política y económica en Cataluña”.
La sucesión de pronunciamientos constata el calado político de la operación y la complicidad de los diferentes actores, en lo que supone la culminación de la buena sintonía entre el Gobierno de Pedro Sánchez y el grupo que encabeza Isidro Fainé. Ambos núcleos de poder comparten intereses y accionariado desde hace años en CaixaBank -donde el Estado heredó la participación de Bankia-, han estrechado sus lazos en Telefónica durante esta legislatura -con avances comunes en el capital para salvaguardar el carácter estratégico de la operadora tras la entrada de la saudí STC- y al menos se han mirado de reojo y con tácita aprobación para operaciones (de momento) fallidas como la entrada de la emiratí Taqa en Naturgy -participada de CriteriaCaixa- o el futuro de Talgo.
Todos estos movimientos se han dado en el contexto de renovada inquietud global por el autonomía estratégica y en el que Gobiernos de todo el mundo se movilizan para proteger sus compañías e industrias clave.
Para el Ejecutivo, la decisión de Fainé no tiene precio. Vale lo que se dijo con la vuelta del Sabadell a Cataluña elevado a la estratosfera. A diferencia del movimiento de la entidad vallesana, aquí no solo se refrenda la política de pactos y apaciguamiento escenificada por Sánchez y ejecutada por Illa en Cataluña, sino que se abre una nueva etapa económica para la comunidad autónoma. El efecto tracción sobre otras empresas que puede provocar la vuelta del imperio Caixa a Cataluña es incomparable y su alcance desafía cualquier incentivo regulatorio o político. De hecho, las patronales y los propios empresarios siempre vincularon esa decisión con el símbolo definitivo de la verdadera normalización.
La dicha, empero, no es siempre completa. El brazo inversor y la fundación para la obra social ya descansan en casa. Esperan al hijo pródigo, el banco, que da músculo financiero a la ecuación. ¿Cuestión de tiempo y de legado?
