El colapso de medio siglo de dinastía El Asad en Siria el pasado 8 de diciembre ha dado un vuelco en las alianzas internas del país. El último frente interno que estaba activo parece disolverse tras el histórico acuerdo alcanzado esta semana entre la milicia kurda Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) y el nuevo presidente sirio, Ahmed al Shara, para devolver a Damasco el territorio que controlan en el noreste a cambio de que los kurdos sean parte integral del país. Aunque queda por ver el impacto de esa alianza, existe un reto muy inmediato. Con ese acuerdo se pone sobre la mesa la transferencia a Damasco de la custodia de los campos, correccionales y prisiones donde permanecen cautivos unos 50.000 yihadistas y familiares del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) apresados durante cinco años de guerra contra el califato. “HTS [la fuerza que derrocó a El Asad y que ahora gobierna Siria] no es una fuerza homogénea, son más de 17 grupos diferentes y ya conocemos su pasado con Al Qaeda [Al Shara fue el líder de la rama siria]. Algunos de esos combatientes pueden tener familiares del ISIS en nuestras cárceles que quieran liberar”, advierte a EL PAÍS Muslim Salih, líder del Partido de la Unión Democrática (YPD, principal partido político de la Administración kurda siria) en la norteña localidad de Hassake.
Los yihadistas llegaron desde diferentes puntos del planeta para sumarse al autoproclamado califato y permanecen desde su derrota, en 2019, custodiados por combatientes kurdos. Entre ellos figuran al menos siete españoles: los yihadistas presos Omar el Harchi y Zuhair Ahmed; el joven Alejandro Ahram Pérez, que está en un correccional, así como Lubna Miludi y tres menores en los campos para familiares del ISIS.
Seis años en Al Hol
Un mar de abayas negras cargadas con retoños pululan por entre lonas de la ONU convertidas en un improvisado mercadillo en el que se puede comprar desde huevos a móviles o productos tan insospechados como maletas de viaje. Entre la ranura del niqab asoma la mirada de la iraquí Meriem, enmarcada en una sombra de ojos rosa pastel y unas pestañas embadurnadas en rímel. La mina que pisó su marido, un yihadista, la dejó viuda a los 19 años y sin progenitura. Oriunda de Mosul, en Irak, lleva siete viviendo en el campo para familiares del ISIS de Al Hol, al noreste del país, desde que colapsara el califato y a la espera, dice, de ser repatriada. El campo se siente hoy mucho más descongestionado que en 2019 cuando desde Baguz, un recóndito oasis sirio y último reducto yihadista en la frontera con Irak, llegaron cerca de 80.000 mujeres y niños. Hoy, con una extensión de 12 km cuadrados, alberga a la mitad de personas, de las cuales 7.000 son extranjeras. Del resto, la mitad son iraquíes y la otra mitad sirios, explica en sus oficinas Jihan, directora del campo. La descongestión se debe a la repatriación acelerada de las iraquíes y de una renovada voluntad de retorno de las sirias a sus hogares. Ninguna extranjera ha sido repatriada en los últimos cuatro meses, asegura.
“Las iraquíes no ven con buenos ojos la llegada de Al Julani [por Al Shara], que cumplió años de cárcel en Irak”, explica Jihan. Ante la incertidumbre, el Gobierno de Bagdad ha acelerado la repatriación con 3.500 mujeres y niños retornados en lo que va de año. Sin embargo, son las sirias, junto con sus proles, quienes ahora solicitan salir del campo. Si bien la mayoría de las sirias provienen de Alepo, una encuesta realizada por la administración revela que Raqa, antigua capital del Estado Islámico, es el destino predilecto para el retorno. “Que Siria cuente con un líder con pasado yihadista e islamista les da más seguridad para volver a las ciudades en las que creen podrán hacer una vida tranquila llevando el niqab”, apostilla. Miembros de la inteligencia kurda recuerdan el precedente de la ofensiva turca en 2019, cuando milicias afines liberaron en su avance a un millar de yihadistas del ISIS entre presos y familiares.
Una horda de mujeres encolerizadas rodean la cámara, despotricando y desafiando al cielo con los puños cerrados y el dedo índice extendido, contra la reciente reducción de ayuda que ya consideran insuficiente. “Nos ha afectado más la inesperada parada de la ayuda norteamericana que la llegada de Al Shara”, valora la responsable del campo. El 25 de enero, el presidente Donald Trump congeló sin previo aviso todos los programas de ayuda incluida la de la organización Blumont, de la que dependen íntegramente las cautivas en Al Hol. Un campo que permanece sellado a cal y canto al exterior.
Las más pudientes reciben dinero por el llamado “hawali”, o agencia de envío de divisas, con el que pueden complementar su dieta o comprar tintes de pelo a dos euros y maquillaje en el mercadillo. En la sección 6 del campo es donde languidecen en un limbo legal las extranjeras llegadas de 42 países diferentes siendo las rusas las más numerosas, seguidas de las turcomanas y magrebíes. Se cuentan también algunas europeas ―francesas, alemanas o danesas―, pero la mayoría han sido trasladadas al campo de Al Roj, más al norte y mejor habilitado, que acoge a entre 3.000 y 4.000 personas entre las que se encuentra la española Lubna Miludi junto con un hijo menor de edad. De allí fueron repatriadas las españolas Yolanda Martínez y Luna Fernández cuatro años atrás. “No depende de mí que me extraditen a España, Marruecos o me dejan aquí”, decía a EL PAÍS en una prisión kurda el yihadista Omar el Harchi, marroquí nacionalizado español y marido de Martínez.
Más de la mitad de los habitantes de los campos son niños que fueron arrastrados por sus padres o paridos bajo el califato. Suman 21.660 infancias truncadas en Al Hol y 1.638 en Al Roj, según el recuento que hace la ONG Save The Children. Restos calcinados de lonas y enseres de plástico marcan los lugares de incendios recientes. “Desafortunadamente es común recibir niños con quemaduras graves, ya sea porque una tienda salió ardiendo por una estufa o porque se les cayó una cacerola con agua hirviendo”, relata apesadumbrado en la enfermería un afable Suleimán, empleado de la Media Luna Kurda. Este médico asiste mensualmente entre 40 y 50 partos, neonatos nacidos cautivos en las secciones sirias e iraquíes donde un 5% de sus 30.500 habitantes son hombres.
Un joven español en un correccional del noreste de Siria
Decenas de miles de niños extranjeros fueron arrastrados en 2014 a Siria por sus padres para vivir bajo el ISIS y acabar en un insalubre Al Hol. Los que pasan de niños a hombres en el campo dejan de ser tratados como víctimas para ser considerados potenciales criminales con su traslado a uno de los dos correccionales habilitados por las fuerzas kurdas. En el de Al Houri, en la norteña ciudad de Qamishli, está cautivo el andaluz Alejandro Ahram Pérez. Este mes cumple 20 años y hace 12 que fue arrastrado a Siria por una de las familias más conocidas del terrorismo yihadista español. Prefiere dar un nombre español al suyo árabe. “Yo era muy pequeño cuando llegué aquí, tenía ocho años”, cuenta en un español roto. “Tenemos a 110 niños de entre 12 y 23 años”, asegura en el correccional su director, Ahmed, quien no dispone de más información que la que los jóvenes les dan. Sobre los mayores de edad, dice que “son chicos que han progresado mucho en los programas de desradicalización y trasladarlos a una cárcel sería perder todos esos logros”.
Cada mañana, de 8.00 a 15.00, reciben clases de matemáticas, árabe, inglés, historia. Las tardes las dedican a jugar al fútbol o a la lectura libre. No pueden abandonar el reducido recinto que antaño fuera una escuela coránica con un hermoso patio interior desde el que se distribuyen los dormitorios. Suman varias docenas de nacionalidades, incluidos varios europeos. Están aquí por “vinculación al ISIS”. Un puñado han luchado junto con los cachorros del ISIS. Los más, simplemente han sido paridos o concebidos por un combatiente yihadista.
Alejandro es el cuarto de seis hijos nacidos de la conocida yihadista Tomasa Pérez Mollejas (Málaga, 1976), y del marroquí nacionalizado español Abdelah Ahram (Tetuán, 1975). De su progenitor, Alejandro solo conserva vagos recuerdos cuando, con cuatro años, la Tomasa le empezó a llevar a una cárcel de Tánger en la que fue condenado a 12 años por delitos de terrorismo. Alentada por sus dos cuñados, los también terroristas Ahmed y Yousef Ahram, y convencida por su hijo mayor, Yasin, que ya combatían en Siria e Irak entre las filas yihadistas, la Tomasa puso rumbo a Siria arrastrando consigo a sus otros cinco hijos, todos menores de edad. Cruzaron vía Turquía desde Marruecos. Alejandro no volvió a tener noticias de su padre.
El 4 de diciembre de 2014, el niño de ocho años que fuera Alejandro fue condenado a un infierno de infancia en un país extranjero. Pasó cinco años en el califato, donde enterró a dos hermanos, una hermana y a su madre. De allí guarda un mapa de cicatrices en todo su cuerpo y alma. De los últimos seis años pasó uno en Al Hol, otro en una prisión y cuatro en el correccional. “Es un chico tranquilo, silencioso y triste”, cuenta el director del centro. “Tiene muchas marcas en su cuerpo y traumas psicológicos. Sufre muchas pesadillas por las noches”, prosigue. Alejandro se frota el lateral derecho de la cabeza con un dedo y luego descubre con la mano otra cicatriz entre el cabello, en el lado posterior izquierdo. Son de dos disparos distantes de un francotirador de las FDS de cuando intentó escapar de Baguz con tres hermanos menores.
Acababa de enterrar a su madre, muerta a consecuencia de las heridas de un bombardeo. “Tenía una herida aquí”, dice tocándose la espalda, pero luego “le fallaron los riñones y no podía respirar. Intenté buscar ayuda por todas partes, a un médico, a alguien, pero no pude hacer nada. No pude hacer nada. Murió”, dice apretando la mandíbula para contener el llanto. Responsabiliza a su hermano mayor de la radicalización de su madre. De ese ataque guarda una cicatriz en el pie derecho. La de la mano izquierda es de cuando se le cayó la casa encima en otra explosión. La del costado derecho, de metralla, y sigue contando, palpándose el cuerpo. Cuestionado, asegura que ninguna de sus cicatrices son secuelas de haber combatido.
Las capas de traumas se acumulan en la mirada triste de Alejandro. Cuenta que su hermano Yasin (Córdoba, 1995) también murió en Baguz, a los 24 años. El primogénito, conocido como el cordobés, se convirtió en agosto de 2017 en la cara española del Estado Islámico cuando apareció en un vídeo propagandístico instando a hacer la yihad y proclamando la autoría de los atentados de las Ramblas de Barcelona, en los que fueron asesinadas 16 personas y otras 350 resultaron heridas. Durante uno de los intensos bombardeos de la coalición internacional sobre Baguz, un hombre vino a buscarlo para mostrarle el cuerpo de éste junto al de su mujer y tres primos “con las cabezas explotadas” y desmembrados, rememora Alejandro. Cavó otras cinco tumbas en el oasis de Baguz, cuyo subsuelo se convirtió en un enorme cementerio. Nunca llegó a ver el cuerpo de su hermano Musa, el segundo de los mayores, de quien el ISIS les informó en 2016 que sucumbió “a las heridas de un disparo de tanque” combatiendo contra las tropas de Bachar el Asad en el frente de Alepo. La familia ya se había trasladado por aquel entonces a Raqa, capital del califato y en la que el joven asegura que nunca fue escolarizado, sino que su madre le “daba clases de matemáticas y árabe en casa”.
El primer disparo le rozó la sien, pero el segundo le noqueó. Su hermana Islam, “unos dos años mayor” que él, corrió a socorrerle, para caer muerta de un tercer disparo. Sus dos hermanos menores, la niña Jansae y el niño Qoudama, quedaron paralizados en un aterrador llanto junto a ambos cuerpos inertes. “Un señor se apiadó de ellos y vio que yo seguía con vida, así que me subió a una carreta y nos sacó de allí”, relata Alejandro. Atravesaron el corredor humanitario por el que salieron 80.000 mujeres y niños del último reducto del ISIS. Una ambulancia de la Media Luna Roja le atendió en el camino al campo de Al Hol, donde más tarde le dieron una tienda para él y sus dos hermanos. Cumplió 14 años cuando se proclamó la derrota del califato y quedó a cargo de sus dos hermanos que tenían “unos 10 y 7″ respectivamente. Las fechas y edades bailan en su cabeza, porque sufre pérdidas de memoria desde que le dispararon en Baguz.
Alejandro se hizo cargo de los pequeños y trabajó “montando tiendas en el campo para ganar algo de dinero”, hasta que cumplidos los 15, los guardias le dijeron que ya no podía quedarse en el campo. Fue encerrado durante un año “en una cárcel en un sótano” y de ahí trasladado en 2021 al correccional de Al Houri, a dos horas y media en coche. “Los que eran problemáticos no duraban ni seis meses porque se los llevaban [a una cárcel]”, cuenta desde el anonimato y en mensajes de WhatsApp un menor que estuvo recluido en el reformatorio de Al Houri. El veinteañero asegura que nunca combatió ni participó en los combates antes de integrar el campo, aunque sus dos tíos, que murieron matando en Siria e Irak, le intentaron radicalizar. Admite que hay fotos suyas, “con menos de 14 años”, posando con armas y propaganda del ISIS, algo habitual en las casas de combatientes yihadistas del califato. “Yo no soy un terrorista. A mí y a mis hermanos nos trajeron de niños”, defiende. Fuentes de la lucha antiterrorista en Madrid se limitan a confirmar que Alejandro Ahram Pérez está en el foco de sus pesquisas, informa Óscar López-Fonseca. Y añaden: “En estos momentos no se puede facilitar información alguna sobre él”.
Alejandro afirma querer volver a España, a Córdoba, junto con sus abuelos, Ramón Pérez y Carmen Mollejas. “Exteriores ha impulsado la repatriación y ha puesto a disposición de los menores españoles y familiares todos los medios disponibles para su repatriación desde los campos de refugiados de Siria. Aquellos que han manifestado su deseo de volver están siendo atendidos por los servicios consulares”, replican fuentes del Ministerio de Exteriores. El joven solo sonríe cuando habla de sus cantantes preferidos, Maluma y Rauw Alejandro, a los que escucha en su tiempo libre. Las únicas memorias felices que conserva de su infancia son de “cuando iba a la playa”. “Quiero volver a España. Quiero estudiar y trabajar para darles un futuro bonito a mis hermanos, que no se merecen todo esto. Han sufrido mucho, han perdido a su madre y a todos los que querían. Tienen que estudiar, tener una vida como todos los niños”, dice. Han pasado alrededor de dos años desde que tuvo noticias de sus hermanos, tan huérfanos como él, de los que solo sabe, a través de la Cruz Roja, que “seguían en el campo de Al Hol”.