Sahar al Badrasawi, una estudiante palestina de Enfermería de 22 años, se inclina sobre su teléfono y responde, concentrada, a las preguntas de un examen en línea. A su alrededor, el espacio es humilde y austero: una silla de plástico, una pequeña mesa llena de apuntes y unos cuantos bolígrafos. Pero en Gaza, donde la guerra ha hecho estragos en los últimos 15 meses, este lugar, con conexión estable a Internet, electricidad y una apariencia, aunque sea ficticia, de paz, es un verdadero lujo.
El lugar, situado en la ciudad de Jan Yunis, en el sur de la franja de Gaza, se llama Hub Fiber y es uno de los múltiples espacios educativos que se han creado en este territorio devastado, a partir de iniciativas privadas, después de que la mayoría de las escuelas y universidades fueran bombardeadas o convertidas en refugios de cientos de personas desplazadas y sin hogar.
El responsable de este espacio se llama Abdel Rahman Ibrahim. Es un gazatí desplazado en la ciudad y licenciado en Desarrollo de Sistemas Informáticos que puso en marcha el lugar desde cero en un apartamento parcialmente destruido de Jan Yunis. Limpió, pintó y reparó los muebles dañados para que el espacio resultara funcional e invirtió mucho dinero a pesar de sus limitados recursos. Cobra una tarifa modesta, normalmente entre 1 y 2 euros por sesión, dependiendo de la velocidad de Internet, lo justo para cubrir los gastos, que a veces alcanzan los 3.000 dólares (2.920 euros) al mes. “Los costes de funcionamiento son altos debido a la necesidad de locales adecuados, mobiliario, electricidad y conexiones fiables a Internet”, explica.
El centro acoge hasta 55 usuarios diarios. Son estudiantes, trabajadores autónomos y empleados de instituciones educativas que imparten clases virtuales y sesiones de formación.
Según cifras de la ONU, al menos el 88% de los edificios educativos necesitarán importantes trabajos de reconstrucción antes de poder volver a funcionar. En total, se calcula que al menos 658.000 niños de Gaza se vieron privados de educación. Las facultades no corrieron mejor suerte y 51 edificios universitarios se vieron destruidos y 57 resultaron dañados.
Desde el 19 de enero, está en vigor un alto el fuego en Gaza, donde más de 47.000 palestinos, la mayoría mujeres y niños, han muerto en 15 meses de guerra, aunque se calcula que el número de cadáveres bajo los escombros se contará por millares. Las amenazas además, continúan. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó ayer que su país “tomará el control” de Gaza, la “poseerá” y demolerá para reconstruirla de forma que se convierta en la “Riviera de Oriente Próximo” en la que vivirá “gente del mundo”, tras desplazar por la fuerza de forma “permanente” a sus habitantes.
Para Al Badrasawi, cuya casa familiar fue destruida por los bombardeos israelíes, centros de aprendizaje como este se han convertido en un salvavidas. Tras un año de parón en sus estudios debido a los cortes de internet y de electricidad, ahora espera obtener su diploma de enfermera en la Escuela Universitaria de Ciencias Aplicadas, que quedó destruida en agosto de 2024. “Sortear una situación así resulta increíblemente difícil. Estos espacios son la única solución; o los usamos o no podemos seguir estudiando”, dice, en una entrevista con este periódico.
La joven explica que una conexión débil y poco fiable a Internet en el lugar donde vive la había obligado a abandonar los exámenes en línea. Pero estos nuevos espacios de aprendizaje han supuesto una gran diferencia en su vida. “Como ahora no es posible la educación presencial tradicional, es necesario crear más lugares así porque los que hay ya están saturados”, pide.
Estos espacios son la única solución; o los usamos o no podemos seguir estudiando
Sahar al-Badrasawi, estudiante
Un soplo de aire fresco
![Alaa al Qouqa focuses, en el Fiber Hub en Jan Yunis, el pasado 28 de enero.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/VAT2SM6AO5AJTDO7RYYL3VDTME.jpg?auth=2775758b980c8b2fa8c64e2a319398ccfc4bacde4ef363a64beb13a7ea796266&width=414)
No muy lejos de Al Badrasawi, Alaa al Qouqa, maestra de primaria de 24 años, está absorta en su aula virtual. Con unos auriculares puestos y hablando por un pequeño micrófono, guía a sus alumnos, algunos de Gaza y otros de países como Yemen, Kuwait y Arabia Saudí. Esta joven huyó de su casa en el barrio de Al Nasr, en el norte de la ciudad de Gaza, que quedó reducida a escombros, y reside ahora cerca de uno de estos centros educativos, lo que le ha permitido reanudar su trabajo tras un paréntesis de un año. “Estos lugares son como un soplo de aire fresco. Mantienen viva la educación tanto para los alumnos como para los profesores”, asegura.
Al Qouqa señala que la demanda de estos espacios educativos ha aumentado en los últimos dos meses, ya que las escuelas convencionales, incluidas las gestionadas por el Gobierno y la UNRWA, la Agencia de la ONU para los refugiados palestinos, siguen cerradas y sin una fecha clara para su reapertura. “¿Acaso esperan que los estudiantes y los profesores se rindan sin más? Por supuesto que no. Estos centros ofrecen un rayo de esperanza, y necesitan ser apoyados y ampliados para dar cabida a todos”, pide.
¿Acaso esperan que los estudiantes y los profesores se rindan sin más? Por supuesto que no. Estos centros ofrecen un rayo de esperanza
Alaa al Qouqa, estudiante
En Gaza, pese al bloqueo israelí, en vigor desde 2007, y la pobreza, los logros en educación antes de la guerra eran sorprendentes. Según cifras de la Unesco publicadas por organismos oficiales palestinos, un 2% de la población de la Franja mayor de 15 años es analfabeta, uno de los porcentajes más bajos del mundo árabe. El mensaje de esta maestra es un ejemplo de la determinación que se siente en muchos profesores para mantener vivo el deseo de aprender, pese a las circunstancias terriblemente adversas. “Gracias a estos espacios educativos, puedo trabajar y obtener ingresos para mantener a mi familia en estos tiempos difíciles”, explica Al Qouqa. “Los alumnos pueden continuar sus estudios, y hasta los propietarios de estos centros se benefician económicamente a la vez que emplean a personas que antes estaban en paro. Las ventajas son múltiples”, agrega.
Según el experto en educación Hamdan al Agha, el aprendizaje a distancia es ahora una solución para sostener el fracturado sector educativo de Gaza. Al Agha, que también ejerce de supervisor pedagógico en el Ministerio palestino de Educación, describe estos espacios educativos improvisados como una pieza importante “para mantener la continuidad del aprendizaje”. “Ofrecen una forma de revivir la memoria y las capacidades educativas perdidas”, afirma.
Pero Al Agha reconoce que la cantidad de estos espacios sigue siendo insuficiente comparado con las enormes necesidades y confía en que el número aumente en los próximos meses y que estos lugares tengan un marco institucional más estructurado. Para ello, aboga por la colaboración entre sectores gubernamentales y ONG locales e internacionales para garantizar su sostenibilidad y eficacia. Además, también subraya la necesidad de modernizar los planes de estudio y los métodos de enseñanza para adaptarlos a la nueva realidad de la educación en Gaza.
“La integración del aprendizaje en línea con la educación presencial es crucial”, prosigue Al Agha. “Este enfoque híbrido puede ofrecer mejores resultados educativos y de desarrollo, al tiempo que subsana algunas de las deficiencias del aprendizaje a distancia”.
Testimonio de la resiliencia
Ibrahim, el dueño del centro educativo en el que estudia Al Badrasawi y da clases Al Qouqa, asiente y se muestra dispuesto a colaborar con organizaciones humanitarias y autoridades que quieran ayudarle a sufragar los gastos o patrocinar totalmente el espacio educativo. También desearía ofrecer servicios gratuitos a los estudiantes y ampliar las instalaciones para dar cabida a más usuarios.
Estos centros surgieron de la determinación de la comunidad de garantizar la continuidad de la educación. Superaron incluso las respuestas institucionales y demostraron el compromiso de la sociedad con sus alumnos
Hamdan al-Agha, supervisor pedagógico
“Las circunstancias actuales exigen innovación y adaptación y estos centros son un testimonio de la resiliencia y el ingenio de la comunidad educativa de Gaza”, insiste Al Agha.
No obstante, los lugares consagrados a impulsar la educación se enfrentan a retos formidables, como la carga económica que deben asumir los estudiantes para costear el acceso a Internet, cargar sus dispositivos y sufragar los gastos de transporte para llegar a los centros, que a menudo están situados en zonas específicas con conexión a Internet.
“Estos centros surgieron de la determinación de la comunidad de garantizar la continuidad de la educación. Superaron incluso las respuestas institucionales y demostraron el compromiso de la sociedad con sus alumnos”, concluye Al Agha.