Isabel Díaz Ayuso no es Elon Musk, ni Jeff Bezos, los multimillonarios estadounidenses que compiten por el negocio de los vuelos comerciales en el espacio, pero ha puesto a la Comunidad de Madrid en órbita. Casi literalmente: el gobierno que preside la política conservadora cofinancia con 150.000 euros el proyecto del satélite UPMSat-3 de la Universidad Politécnica, cuyo lanzamiento está previsto para el segundo trimestre de este año, según información publicada este jueves en el Boletín Oficial de la región. Al presupuesto del proyecto, de más de un millón, también contribuye el Gobierno regional a través de una convocatoria de financiación para “el desarrollo de proyectos de investigación disruptivos, en la frontera del conocimiento”, a lo que se suman fondos del propio centro educativo y de empresas del sector aeroespacial. El lanzamiento del satélite, que suele costar alrededor de un millón de euros, será casi gratis: ha sido seleccionado en un concurso promovido por la Agencia Espacial Europea y el centro aeroespacial alemán. De Madrid, al espacio.
“Esto es excepcional, por la financiación directa y por lo rápido que ha sido todo: empezamos a desarrollarlo hace año y medio, ha sido exprés”, cuenta Elena Roibás, la directora del programa UPMSat-3 e investigadora del Instituto Universitario de Microgravedad Ignacio Da Riva (IDR) de la Politécnica. “Este satélite va a orbitar a la tierra a 500 kilómetros de altitud, con una vida operativa de por lo menos tres años”, describe. “A partir de ese momento, seguirá operando todo lo que dure hasta su reentrada en la atmósfera terrestre”, añade, pues el UPMSat-3 no acabará en la órbita cementerio en la que se entierra la tecnología espacial. “Hasta ahora, había que asegurar el desguace seguro del satélite antes de 25 años, aunque la normativa sobre basura espacial está en proceso de cambio. En nuestro caso, tras algo más de 10 años en órbita, UPMSat-3 reentrará en la atmósfera de la Tierra, descomponiéndose en trozos lo suficientemente pequeños para que no sea peligroso”.
El UPMSat-3 se ha desarrollado en el IDR, con un equipo mixto de más de 50 personas entre investigadores, personal técnico y estudiantes de la Universidad Politécnica de Madrid, mayoritariamente matriculados en el Máster Universitario de Sistemas Espaciales (MUSE). Se trata de un microsatélite de 22 kilos de masa máxima y dimensiones de 0,25×0,25×0,3m, con una estructura modular multibandeja. Su misión es tomar imágenes del fondo cósmico de microondas. Pero no solo eso. Servirá para probar innovaciones tecnológicas de empresas y centros de investigación españoles que en algunos casos salen por primera vez al espacio, pisando un terreno infinito e inabarcable, fuente de esperanzas, sueños y pesadillas.
“El satélite lleva dos cosas fundamentales”, detalla Roibás. “Tecnología española, no necesariamente madrileña, de empresas jóvenes, que quieren meter su tecnología y probarla en el espacio: en Madrid, por ejemplo, hay mucha empresa innovadora joven que va a volar ahora”, apunta. “Y estamos haciendo mucha colaboración entre universidades, que sorprendentemente es algo que no se hace mucho”, sigue sobre el UPMSat-3, que también servirá para que investigadores de la Complutense adquieran datos para sus estudios sobre el campo magnético terrestre, relacionados con el cambio climático. “Por ejemplo, la Carlos III embarca una carga útil para hacer observaciones del fondo cósmico de microondas”, explica. “Esto se suele hacer con equipos complejísimos en satélites muy grandes, y su desarrollo es muy novedoso: no necesita criogenia, solo estabilidad en temperatura, y eso ayuda mucho porque no necesitas complejos sistemas embarcados”.
Cuanto menos peso, más fácil el lanzamiento. Ese momento clave se vivirá en primavera. Igual que Musk se jugó el futuro de su compañía SpaceX transportando su último cohete de pruebas en un avión, donde se deformó, tal y como cuenta Eric Berger en Liftoff, los investigadores españoles subirán su satélite a otra aeronave para llevarlo a Noruega.
Ahí, en Andoya, una isla al norte del norte del norte, donde las auroras boreales aparecen desde otoño a principios de primavera, cinco integrantes del equipo español presenciarán el lanzamiento. Y contendrán el aliento: Roibás describe como casi “experimental” la lanzadera que van a utilizar, pues, detalla, será su segundo lanzamiento. Se trata del “Spectrum”, un nuevo lanzador de dos etapas, con capacidad para poner en órbita cargas de hasta 1.000 kilogramos.
“Los experimentos de esta misión se centran en el campo de la demostración de tecnología en órbita”, se lee en el convenio firmado por la Comunidad y la Politécnica. “Se trata de probar aparatos y equipos en condiciones reales para demostrar su funcionamiento en órbita, y así adquirir lo que en terminología espacial se conoce como “herencia de vuelo”, añade. “El desarrollo de estos satélites puede contribuir a mejorar la competitividad de las empresas del sector espacial de la Comunidad de Madrid”.
Hace tiempo que el lema De Madrid al cielo pudo convertirse en De Madrid al espacio. Las empresas espaciales emplean a más de 3.000 personas en la Comunidad de Madrid, generan unos 1.000 millones de euros al año, y han hecho de la región un referente en Europa. Por eso las firmas que trabajan en la región pueden presumir de haber dejado su huella en misiones de la NASA y de su homóloga europea, la ESA. Es más, aquí, en Madrid, podría construirse un satélite sin tener que comprar fuera ninguna de las miles de piezas que permiten la aventura de lanzarse a conocer lo inexplorado.
El pequeño UPMSat-3, lejos de la gran complejidad y el precio millonario de los grandes satélites que orbitan el planeta, es una muestra de ello: es un proyecto espacial completo, que abarca desde el diseño a la operación en órbita, pasando por su construcción, su calificación y su lanzamiento al espacio.